martes, 25 de junio de 2013

Evocando la patria chica


Prof. Ada Gámez (*)



   
No puedo con lo ancestral, se escabulle la palabra. El sentir de esta tierra me inspira desde los albores de 1900 cuando en el primer año de la década nacen los descendientes de españoles que me darían la sangre que corre por mis venas y la estirpe noble a la que dice la heráldica que pertenece mi familia por la rama paterna, aquella que "'nació en Granada y siguiendo las estribaciones de la Reconquista, se establecieron en Andalucía''. Por la materna, Francia es la que dona al torrente, su aporte de ojos y miradas, su bohemia y dulzura y éstos vienen de 1880 aproximadamente.

San Juan fue la tierra soñada y labrada por el viñatero francés y la elegida para establecerse por el silletero español. Entonces ¿por qué tan metida en el alma? Porque me hizo amarla el hecho de sentirme hija de sobrevivientes, de dos chiquillos que en 1944 no se conocían y unirían sus destinos 7 años después en aquello que quedó del desastre más desolador que se recuerde.

Mi provincia me despierta sentimientos fuertemente, como el del coraje. Creo que los sanjuaninos sabemos ser arrojados y valientes, viscerales y fogosos, resistentes y tozudos. No nos aquieta un Zonda a menos que sea muy impertinente salir a la calle en la presencia misma del infierno en pleno julio o agosto. Estamos forjados para la supervivencia, la confianza, la paciencia santa de la aldea que aún nos convoca a la siesta reparadora que si se saltea, apura mentones al pecho en cualquier silla y en el rincón que sea, porque la tenemos incorporada más allá de lo que muchos queremos admitir.

Siento que no podría establecerme en otro sitio disfrutando más de nuestro afamado sol porque todavía la paz de ciertas horas no se circunscribe a los suburbios de la ciudad ni sólo a las enormes barriadas que de manera desprolija y discontinua en antigüedad, han ido ampliando la fisonomía de la urbe. San Juan es una ciudad pequeña que ha crecido desordenadamente y se amontona a ciertas horas en furor de escapes y bocinas.

En la Capital uno ve las caras nuevas del progreso en nuevos conceptos arquitectónicos, perderse las casas bajas de a poco y convertirse en escombros otras, para dar paso a las moles de hierros cuyo grosor es el adecuado al límite que impone lo que de sísmico tendremos siempre. Incluso nos está ganando el furor de los barrios cerrados hacia los cuatro puntos cardinales. Pero el hervidero del movimiento sigue siendo la Plaza 25 y lo céntrico sigue extendiéndose en pocas pero bien determinadas cuadras, concentradoras de toda la actividad a pesar de que desde hace poco es el Centro Cívico quien lo hace ahora.

Hay cosas que fueron planeadas después de 1944 para una ciudad sin miras de crecer y el contraste con lo que está sucediendo ahora, se nota y bastante. Sin embargo, en una visión de amor incondicional, uno puede verla maravillosa, aunque la iluminación no sea por sectores la que se espera, aunque nos vayamos a dormir demasiado temprano y no haya nada abierto cuando queremos consumir algo en el pleno centro, aunque las propuestas culturales no tengan todavía -pese al esfuerzo- un atisbo tan siquiera de lo que pudo alguna vez soñado nuestro Sarmiento imaginando a la provincia y al país todo, convertido en una enorme biblioteca.

¿Qué nos ata a San Juan? Creo que la integración del carácter con el paisaje que nos propone aún la frescura de las aguas vitales que sustentan nuestra cotidiana existencia. Con esos pájaros cuyas gargantas, consecuentes con el fulgor de cada amanecer de límpida lumbre en cielo prístino e inconmensurable, que dan alas armoniosas al atardecer para decirnos que se ha cumplido otro día, otro sueño; otra aventura de vivir en suelo pertinaz cuya génesis aún es joven e inconclusa y por eso se acomoda cada tanto en advertencia movediza, amonestándonos.

Mi verbo nació aquí, donde los riachos aún musicalizan, las arenas entibian los pies descalzos, los verdes se logran a fuerza de empeñoso riego y las copas se visten de un genial e incomparable amarillo-dorado que a más de un poeta ha arrancado sus más dulces y sentidas endechas al otoño que nos maravilla una y otra vez hasta alcanzar los ribetes de la elegía cuando de matizarlo con el agua se trata.

Creo, por esa cualidad insondable de los humanos de aferrarnos al terruño y cantarle más allá de la voz y la palabra, con las vibraciones del alma y no sólo las del intelecto, a pesar del origen castizo y la "'gleba'' que memora el gringo, soy una sanjuanina como me ha tocado ser, nieta de inmigrantes e hija de sobrevivientes, a la que la gracia de Dios puso aquí, porque en ningún otro lugar, entramado en vides y recamado en montañas que orillan el vergel, pudo mi alma ser más armoniosa y poéticamente feliz.



(*) Escritora.
 http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=578516

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