viernes, 23 de agosto de 2013

En todo el mundo, hay que enseñar ciencia desde el jardín de infantes”

Por Valeria Román

23/08/13
¿Qué hizo después de ganar el Premio Nobel de Química?

El dinero del premio lo destiné a la educación de mis 4 hijos y mis 10 nietos. Si bien sigo investigando en el Instituto de Tecnología Technion de Israel, mi vida cambió totalmente con el Nobel, porque ahora viajo más para dar conferencias, y estoy con una nueva misión: quiero promover la educación en ciencias. En todo el mundo, hay que enseñar ciencia desde el jardín de infantes.
¿Por qué?

Porque a los 5 años es mucho más fácil jugar y aprender cuestiones científicas. Los chicos tienen preguntas desafiantes. Y hemos emprendido un proyecto piloto: hace un año, hicimos un acuerdo con el intendente de Haifa, la ciudad donde vivo en Israel, y se están formando los docentes y trabajando con los chicos en tres temas básicos: física a través de experimentos, el Universo y el origen y la evolución de la vida. También buscamos que los padres se involucren en la propuesta. Es un proyecto que ya despertó interés en Alemania, Ucrania y Singapur. Ojalá dé buenos resultados.
¿Y cómo empezó su propio interés por las ciencias?

Fue en la escuela primaria, cuando trajeron un microscopio al aula. Pude ver una hoja de una planta en lo más íntimo. Para la mayoría, era algo trivial. Pero yo me enamoré del microscopio. Pedí al docente que lo volviera a traer, pero no me hizo caso. En otra oportunidad, estábamos en una excursión y yo encontré una flor blanca, cuando la mayoría de los individuos de esa especie son rojos. Lo encontré algo extraño, pero la docente no le dio importancia. Son ejemplos de lo que los docentes no deben hacer. Por el contrario, habría que atender más la curiosidad de los niños.
El descubrimiento que le valió ganar el Nobel fue también por encontrar algo que los demás no “veían” en ese momento.

Yo venía trabajando en ciencias de materiales casi por azar. Fue porque leí un libro en el que el héroe era un ingeniero que sabía hacer de todo, y quise ser como él. Estudié ingeniería mecánica, pero al recibirme, había recesión en Israel y no podía encontrar trabajo. Decidí entonces hacer una maestría en ciencias de materiales. Me encantó ese campo, hice el doctorado, y seguí como investigador. Hasta que en 1982 me tomé un año sabático y me puse a investigar en lo que ahora se llama Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de los Estados Unidos. Allí y con un microscopio electrónico, hice el descubrimiento de los cuasicristales, que son una estructura química en forma de mosaico que hasta entonces se consideraba imposible.
¿Cómo lo tomaron por entonces sus colegas?

La comunidad científica estuvo dividida desde el comienzo. Mi jefe me dijo: “Este material nos está diciendo algo”. En cambio, el líder de mi grupo me dijo que mi presencia era una desgracia en el lugar, y decidí irme.
¿Cómo lo tomó usted?

No fue traumático. Me pareció que lo normal era buscar otro grupo y seguir adelante. Lo que me sorprendió luego fue la reacción después de la primera publicación del descubrimiento. Hubo objeciones hasta que otros colegas encontraron más evidencias. La Unión Internacional de Cristalografía modificó la definición de cristal. Fue un cambio de paradigma en el campo.
Pero hubo un científico en los Estados Unidos, Linus Pauling, que fue muy crítico con su trabajo.

Sí, Pauling fue uno de los que más resistieron el descubrimiento. Incluso llegó a decir: “No hay cuasicristales. Sólo hay cuasicientíficos”. Me generó un sentimiento extraño. Porque él ya había sido galardonado con dos premios Nobel, pero se detenía a hablar de mi descubrimiento. Me encontré varias veces con él. Una vez fui hasta su casa en California, para darle una conferencia, e intercambiamos varias cartas. Pauling se murió en 1994 sin llegar a reconocer que los cuasicristales existían.
Hoy los cuasicristales se usan en aislamientos antiadherente de cables eléctricos, en equipos de cocina, entre otros usos. Todas aplicaciones inesperadas para un descubrimiento de ciencia básica.

Es que la división entre ciencia básica y ciencia aplicada casi no existe. Así como busco promover la educación en ciencias desde el jardín de infantes, también quiero que haya más emprendedores tecnológicos. Desde hace 26 años, doy una clase en el Technion para que los estudiantes funden sus empresas. Mientras tanto, sigo investigando: estoy entusiasmado con el desarrollo de implantes que se biodegradarán dentro del cuerpo humano después de cumplir su función.
http://www.clarin.com/sociedad/mundo-ensenar-ciencia-jardin-infantes_0_979702121.html

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