jueves, 20 de febrero de 2014

La velada poesía del ensayo

La velada poesía del ensayo

Metodología. El estilo en la escritura ensayística –desde Heráclito hasta Quignard– implicó el desafío de embellecer el texto sin perder la esencia.

El estilo puede funcionar como un golpe. Como una definición en el campo de la escritura que va más allá de los límites de lo dicho, que coloca al texto en una zona de apertura, de múltiples miradas, que contiene y convoca campos de análisis impensados. Un mapa de líneas de fuerza para manifestar las tensiones de la palabra.
Ese momento donde el sociólogo o el crítico se detienen a pensar en el modo de construir su artefacto de ideas, esa voz única que determina una experiencia de lectura, que juega con el campo de las sensaciones y las imágenes para despertar el pensamiento, es otra capa de sentido, es un nuevo agregado teórico que instala al texto en una zona que lo vuelve anfibio. Explora allí su capacidad de filtrarse en territorios impensados.
Cuando Georges Bataille escribe El erotismo construye una textura sumamente sensorial y sugerente. El estilo le permite acercarse de un modo más preciso al tema de su obra donde se piensa la transgresión y el límite, la religión y la muerte. Están los datos pero como soporte de una celebración de la palabra.
El pensamiento se resuelve en el lenguaje. En Retórica especulativa , Pascal Quignard toma la voz del teórico romano Frontón para referirse a la metáfora como un recurso que utiliza el orador para desarticular y armar el lenguaje en el fondo de su naturaleza, a diferencia del filósofo que muestra sin metáfora. La poesía es una cadena de palabras ligadas entre sí, el análisis se propone desatar esa ligazón. Para Quignard el escritor trabaja con la palabra como un elemento de combate, el filósofo, por el contrario, recurre a ella como una tregua. “No prefieras la tregua antes que el combate. Combate con el lenguaje cuya hoja tienes que pulir día tras día para hacerla resplandecer.” En la Grecia clásica el estilo se construía en el debate, en el territorio de la oralidad. Como cultor del género del diálogo, Platón cuestionaba la escritura porque perdía ese virtuosismo de la refutación inmediata, esa gimnasia de la memoria que exige la discusión. Pero a su vez cuando Platón escribía, construía una dramaturgia que le daba cuerpo a las ideas. Samuel Beckett en Tres diálogos con Georges Duthuit recupera este género de la réplica y el debate para ensayar una forma de la crítica de arte transformada en el diálogo teatral. El escritor irlandés es refutado, acorralado por un interlocutor que desarma su discurso.
Nietzsche imaginaba que las enseñanzas presocráticas eran recitadas, incluso cantadas. El mito como una construcción fundamental de lo histórico supone el uso de la ficción, de ciertos elementos del orden de lo fantástico y de lo onírico para relatar los hechos.
“La fuerza del pensamiento y del estilo de Heráclito es tan abrumadora que es capaz de arrastrar la imaginación de sus lectores más allá de los límites de la interpretación sensata.” Manifestaba Hermann Fränkel. La posibilidad de imaginar mundos alternativos, más allá de las limitaciones empíricas o lógicas, también es motivo de reflexión para George Steiner. El ensayista norteamericano se preocupa en pensar el armado poético que sostiene la obra de los grandes pensadores como un arqueólogo que investiga la respiración de la sintaxis. La dificultad de construir sentido a partir del lenguaje lleva a Steiner a observar la figura del teórico impregnada de la potencia del escritor. Jean Paul Sartre consideraba que en toda filosofía existía una prosa literaria oculta.
La obra de Marx es para Alain Badiou un acto de creación que no surge, únicamente, de premisas lógicas. Cuando el filósofo francés afirma que la política no se deduce de un análisis de la realidad sino que el compromiso es axiomático, está llamando a la invención misma, a construir objetos textuales y de pensamiento que fuercen la realidad.
El comienzo de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte presenta una interesante intervención de estilo en relación a los modos académicos de citar. Marx comienza su libro con aparente premura “Hegel dice en alguna parte que los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces...”. No parece muy preocupado por aclarar que el material es del libro Estética . Desafío interesante que parece proponer un modo antropofágico de citar. Si se escribe sobre lo que se lee o si la teoría funciona como la materia que estimula nuevos pensamientos, la cita podrá ser parte del cuerpo de ese texto, una forma que se tritura y se digiere para convertirse en otra cosa.
Las normas académicas pueden funcionar, en este sentido, como una limitación para que el investigador o el estudiante se apropie de ese texto del otro, no para negarlo, sino para evitar una serie de enumeraciones, una escritura informativa que impide al estilo expresarse como una particularidad del pensamiento.
La palabra como aventura
No toda comprensión de un hecho o un fenómeno es del orden de lo racional. El estilo, contradictoriamente, viene a decir que existe una impotencia de la palabra para capturar el tema que se intenta abordar. En el campo de la antropología, autores como Claude Lévi-Strauss utilizan recursos literarios para reconstruir el trabajo etnográfico, que en el investigador belga se sostenía en un riguroso esqueleto empírico. El detalle da entidad a los personajes de su trama. No es el dato desnudo sino articulado en un conjunto de situaciones e imágenes. La estructura se construye en la preocupación por explorar el pensamiento salvaje. La palabra implica una aventura.
El estilo también convoca a leer de otra manera. Exige un esfuerzo que no se adapta a las pautas comunicativas de la vida cotidiana, a cierto acostumbramiento de la claridad, a una dudosa pretensión de transparencia. Adorno aseguraba que en Hegel hay pasajes “en los cuales no hay, en sentido estricto, nada que entender”. El autor de Dialéctica de la Ilustración llamaba a transitar los textos de Hegel como quien se interna en una experiencia.
En Carlos Correas el estilo era la manifestación escrita de su carácter. Hacía de la discusión una practica duelista y de la crítica un género antisocial. En Operación Masotta la mala fe sartreana se convierte en la personificación impiadosa de su amigo muerto en la que el propio Correas se enreda y se embarroca. El sarcasmo de Correas no construye una zona de protección para quien lo enuncia. Correas es una de las principales víctimas de su estilo. Su honestidad brutal tensa los límites de la crítica hasta volverlos insoportables. No se trata sólo de contar una época, una biografía, un entramado de hechos en los que él participa. El análisis, el comentario, el recuerdo están impregnados de las emociones del autor y convertidas en un estilo que deja tajos y surcos en cada imagen. Correas no disfraza su odio, lo expone y lo convierte en materia filosófica.
La ambigüedad es un territorio que también examina el estilo. Especialmente cuando una intelectual como Judith Butler decide apoderarse del método paródico como una trama de desconcierto para el lector. Butler llama a asumir la voz de aquello que se busca parodiar hasta producir la sensación que se ha convertido en ese otro, objeto de su crítica. Reproducir el discurso que está en boca de todos implica comprenderlo desde su enunciación misma, desde el acto que lo hace posible. La crítica tomará la forma de la distorsión, ocurrirá desde el interior mismo de lo que se busca refutar para que sea su propia palabra la que entre en contradicciones. Lo que quiere provocar Butler en el lector es la pregunta sobre el lugar ideológico del discurso. La filósofa norteamericana discute la idea de un posicionamiento fijo, al pensar en un territorio que se mueve a partir de las contradicciones de cada enunciado.
El estilo se une a la pregunta sobre el método, la epistemología funciona como una excusa para pensar qué géneros, qué lenguajes, qué narrativas describen mejor un momento social determinado. Supone que existe cierta dificultad para hablar sobre aquello que motivó la escritura. Va en contra de una idea de transparencia donde la articulación de datos y la explicitación metodológica, alcanzarían para garantizar el acercamiento al objeto de estudio.
Ana Longoni cuestionaba en su libro Traiciones el recurso de enlazar testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración de la dictadura con episodios ficcionalizados.
Para Longoni el estilo, la escritura en relación a cómo contar el horror, era una elección ideológica determinante porque lo que estaba en juego era la construcción de verdad. Discutía la autoridad en la presentación de la voz de un narrador, en oposición a una polifonía de voces. Diferenciaba la utilización de recursos de la ficción para lograr una mayor aproximación y percepción del hecho por parte del lector, de la decisión de validar un discurso o afirmar una verdad bajo la voz de un narrador ficcional.
La experiencia del horror instala al lenguaje frente a un límite. Lo obliga a pensar en la relación que esa palabra tiene con la realidad y el modo revelador en que esa vivencia del terror expone el carácter inhumano de los sujetos. Beckett se embarca en la tarea de transitar lo indecible y de convertirlo en palabras.
Hablar el propio lenguaje es una señal de autonomía. El estilo descubre una época donde el discurso pasa a tener centralidad y donde es necesario provocar tropismos, movimientos, deconstrucciones que escarben hacia el interior de una gramática que esconde sentidos desconocidos para el propio autor.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/velada-poesia-ensayo_0_1085291483.html

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